Una profesora con carácter aparentemente serio se encontraba pidiendo silencio a sus charlatanes alumnos, que no paraban de interrumpir aquella clase. Cuando por fin logró calmar las voces de aquellos niños y niñas que parecían críos, la profesora comenzó a escribir en la pizarra un trabajo para casa que consistía en preguntar a la gente de mayor edad del pueblo sobre leyendas que se hubieran transmitido desde años remotos en ese lugar.
-Deben de ser leyendas misteriosas, que interesen demasiado al resto de vuestros compañeros- dijo la profesora.
El día de la entrega del trabajo todos los alumnos se contaban entre ellos las leyendas que habían redactado, había de todo tipo: de héroes fantásticos, de pasadizos interminables, de princesas atrapadas en la Torre del pueblo… Todas las historias que contaban eran distintas, aunque había cinco alumnos que tenían exactamente las misma leyenda, dicha leyenda consistía en que unos musulmanes dejaron unas pertenencias en un lugar que la gente del pueblo desconocía y tendrían un gran valor, ya que las depositaron pensando que iban a volver a ese lugar, aunque nunca lo consiguieron. La profesora se extrañó al ver tantas historias exactamente iguales, con los mismos personajes las mismas fechas…
La profesora les preguntó que quién les había contado la historia y los cinco chicos respondieron que habían sido sus abuelos.
- Salid a la pizarra y contad cada uno una parte de la leyenda en la que todos coincidís- dijo la profesora, aún sin salir de su asombro.
Al contar la misteriosa leyenda, todos los alumnos quedaron completamente asombrados. La leyenda que cuando los musulmanes invadieron el lugar, hicieron una especie de escondrijo en la parte superior de uno de los monumentos más valorados del pueblo, del que se desconocía por completo dónde se situaba, en él se alojaron durante dos meses y, cuando tuvieron que marcharse del pueblo, dejaron unas pertenencias supuestamente muy valoradas, es decir, que dejaron sus pertenencias creyendo que volverían a recogerlas, aunque, por causas desconocidas, nunca lo consiguieron.
Los cinco alumnos, asombrados también, quedaron después de clase en el parque municipal, acordaron que debían de llevar más información sobre dicha leyenda.
- A las cinco y media en el parque municipal, ¿todos de acuerdo? – dijo uno de los chicos, llamado Víctor.
- ¡Vale!- respondieron todos a la vez.
Eran las cinco y media y estaban casi todos, sólo faltaba Almudena, una chica muy estudiante que solía llegar tarde a todos lados.
- Siento la tardanza, pero esta vez tiene una explicación, mi abuelo me ha dicho que se hace más o menos una idea sobre cuál puede ser ese misterioso lugar del que nosotros cinco hemos hablado en nuestras redacciones, él nos puede llevar hasta ese lugar- dijo Almudena.
- ¡Sería genial!- respondió Francisco, otro de los componentes del grupo.
- Bien, pues quedamos dentro de dos horas en la plaza principal del pueblo, mi abuelo también me ha comentado que muy pocos saben de esa leyenda y de lo que trata, y que debemos tomar precauciones a la hora de que nos vean entrando a lugares extraños, vamos, en los que la gente no suele entrar- añadió Almudena.
- Pues yo no sé si podré ir… tengo que estudiar para un examen que tengo de Tecnología y no sé si me dará tiempo- dijo Ana.
- ¡ Cállate, que aquí todos tenemos algo que hace! Entonces, dentro de dos horas en la plaza principal ¿no? ¡no acepto excusas!¿Y si esta leyenda fuese realidad? Pensadlo por un momento… ¡Sería genial! Así que… allí nos vemos- interrumpió Marina.
Todos se despidieron y cada uno comenzó a buscar más datos sobre el caso.
Llegaron las siete y media y allí se encontraban los cinco, bueno, los seis contando al abuelo de Almudena. Cada uno traía un dato nuevo sobre el lugar, sobre las misteriosas pertenencias… El abuelo de Almudena, llamado Manuel, pidió a los chicos que lo escuchasen:
- Hace un tiempo ya, mi padre me contó que muy poca gente del pueblo sabía de la existencia del escondijo, como así lo hicieron llamar los musulmanes cuando invadieron el lugar. Aunque mi padre y un amigo suyo sí sabían de aquel incógnito lugar, se encontraba en la parte superior de una antigua iglesia situada a las afueras del pueblo, hay que ir allí- dijo Manuel.
- Vamos en la furgoneta de mi tío, seguro que nos llevará encantado hasta ese lugar- dijo Francisco.
- Pero espera, es un poco tarde… vamos a esperarnos a mañana por la tarde, a primera hora, y ya tenemos toda la tarde para investigar, ¿no pensáis igual que yo?- interrumpió Almudena.
Todos estaban de acuerdo, así que quedaron al siguiente día a las cuatro en la casa de Pedro, el tío de Francisco, para así llevarlos a aquel extraño lugar.
En el colegio, los cinco chicos estaban muy nerviosos, no sabían lo que se iban a encontrar, si todo sería una simple broma, si encontrarían por fin el ansiado tesoro, si habría más cosas allí… en fin un cúmulo de preguntas que pronto se responderían.
Llegaron las cuatro de la tarde y todos se encontraban ansiosos en la puerta de Pedro, incluido Manuel, que por nada del mundo quería perderse esta ansiada aventura que ponía a cualquiera los pelos de punta.
Todos se montaron en aquella vieja furgoneta, amarillenta, y que ya necesitaba un buen lavado.
- ¡Vámonos!- dijo eufórico Pedro.
- ¡Vamos a resolverte leyenda!- añadió Marina.
Tras un rato interminable, llegaron al ansiado lugar, estaba muy a las afueras del pueblo y era un lugar sombrío, sin nada a su alrededor, sin flores, ni pájaros… pero al final del terreno se divisaban unas ruinas aparentemente muy bien conservadas, en lo alto se veían como una especie de habitaciones aunque aún no se distinguían con claridad debido a que se encontraban a una distancia considerable.
- ¡Corred, corred! ¡Quiero verlo ya!- gritó Almudena.
Al cabo de una interminable y angustiosa carrera, llegaron a la iglesia, presentaba un carácter robusto, con muchos ventanales situados a los lados y construida con piedra, parecía tener muchos años de antigüedad.
- Aquí deben de estar las respuestas a nuestras preguntas- manifestó Marina.
- ¡Vamos a encontrarlas! Pronto anochecerá y aquí no se podrán ver ni el blanco de vuestros ojos- añadió Víctor.
Los cinco se miraron unos a otros y decidieron entrar y comenzar aquella trepidante aventura.
Entraron por la que parecía ser la puerta principal, ya que era más grande y robusta que las demás. Cuando se adentraron en la iglesia se dieron cuenta de que estaba vacía y cada vez las esperanzas se hacían menores, hasta que se oyó:
- ¡Venid! ¡Corred! ¡Aquí hay unas escaleras! La leyenda decía que estaba en lo alto de un monumento ¿no? Pues, ¡subamos!- añadió Ana.
- ¡Vamos rápido! ¡éste es el lugar que buscamos!- dijo Francisco.
Subieron las escaleras como si de un incendio se tratase. Habían infinitos escalones, pero a los cinco minutos llegaron a la parte superior, ya que subían muy deprisa.
Cuando estaban en lo alto de aquella sombría iglesia se llevaron la sorpresa de que lo que había era como una casa pero de hace mucho tiempo, exactamente como contaba la leyenda, todo estaba lleno de polvo, aunque se podían distinguir dos sillones y dos habitaciones más. Comenzaron a deambular por aquella casa y, de pronto, escucharon un grito:
- ¡Ahhh! Ayudadme que me he quedado atrancado – sollozó Pedro.
Todos acudieron corriendo a ayudarle y se encontraron la sorpresa de que todo el suelo se había abierto y que Pedro, al hundir ese trozo, accionó un botón de color rojizo que ponía: “accionar”, todos quedaron maravillados y sorprendidos, mirando a todos los lados para comprobar si alguna compuerta se había abierto o si había cambiado algo del estado inicial con respecto a cómo se encontraron la habitación cuando entraron. Efectivamente, Almudena comprobó que uno de los cuadros se había caído al suelo y que en su lugar se habían abierto otras dos pequeñas compuertas.
- ¡Mirad! Algo ahí se ha abierto- exclamó Almudena, asombrada.
Todos corrieron hacia esa pared y contemplaron un sobre y una caja con abundante pedrería, Manuel lo cogió corriendo y lo llevó a una de las mesas. Marina abrió el sobre y comprobó que no entendía nada de lo que ponía.
La caja la abrieron entre Francisco y Víctor y comprobaron que había numerosas joyas, monedas y fotos de la supuesta iglesia cuando se construyó.
- Esta carta la podemos llevar al colegio, conozco a uno de los profesores que es traductor del árabe, y esto tiene pinta de ser ese idioma- dijo Francisco.
- ¡Buena idea!- respondieron todos al unísono.
- Regresemos, se está haciendo la oscuridad y debemos llegar rápido al coche, coged el cofre y el sobre, nos lo llevamos- Mandó Manuel
Todos se fueron impacientes al coche, deseando de que llegara ya el día siguiente para descifrar el contenido de aquella carta.
Al día siguiente, los cinco fueron a la sala de profesores en busca de Don Tomás, el profesor que, según Francisco, podría darles la respuesta de la carta. Al fin lo encontraron.
- Perdone, usted es traductor del idioma árabe ¿no es eso cierto?- preguntó Víctor.
- Sí, sí es cierto ¿por qué?- respondió Don Tomás.
- Mire, es que nos encontramos esta carta y queríamos saber si usted tiene la amabilidad de traducírnosla- dijo Marina.
- Sí, por supuesto, ahora mismo que tengo hora de guardia os la traduzco ¿vale?- dijo el profesor.
Todos se fueron maravillados y deseosos de que llegase ya la hora en la que vieran lo que ponía en esa carta.
A la media hora llego Don Tomás con un papel en el que estaba todo traducido, todos se lanzaron deseosos al papel y vieron que ponía:
“Dejamos aquí nuestras pertenencias heredadas por nuestros padres, con la ilusión de volver a tenerlas de nuevo en nuestras manos, aunque si en algún caso o por alguna circunstancia no volviésemos, esperamos que caigan en manos de alguien que no las eche a perder y que las cuide como si fueran suyas”
Todos quedaron asombrados, ¡La leyenda era cierta! Pero, ¿ahora qué harían con el tesoro?
- Yo creo que lo mejor sería llevarlo al ayuntamiento y así poder poner en marcha la construcción del pequeño museo con las cosas más populares de nuestro pueblo que la gente tanto ansía, y así de paso que investiguen la época, quiénes lo depositaron allí…- afirmó Ana.
- Yo opino lo mismo, es una muy buena idea por tu parte Ana- añadió Francisco.
Los cinco estaban de acuerdo y decidieron llevarlo esa misma tarde al ayuntamiento del pueblo. Lo llevaron y allí dijeron que tenía mucho valor, comenzaron a hacerles preguntas sobre su hallazgo y llegaron a la conclusión de que cuando lo depositaron fue en la época mozárabe y fue escrito por dos de los mayores creyentes de esa época, que vivían en la parte superior de la iglesia, ya que eran los encargados, aunque desgraciadamente, tuvieron que abandonarla porque en su país comenzó la guerra y debían luchar por los suyos.
Dicho esto, los cinco chicos estaban emocionados, sabían que habían hecho algo bueno por esos árabes que con tanto cariño dejaron esas pertenencias para que alguien las cogiera y las tratase como debieran.
Finalmente, esta aventura que vivieron la contaron a toda la clase y todos y cada uno de ellos quedaron asombrados, con las bocas abiertas, ya que era una historia que no se conocía todos los días y que a todo el mundo interesaba. Al final la historia fue conocida en todo el pueblo y los que descifraron su mensaje también, incluidos el abuelo de Almudena y el tío de Francisco.
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